Salven a la selva y
salvarán a los Mbyá
“Nosotros,
los pocos que quedamos, nosotros todos, los abandonados, queremos que se nos conozca
como los que hacen florecer la tierra”. Vivimos en una selva hoy muy reducida, pero
ancestralmente de ella nos alimentamos, nos curamos el cuerpo y el espíritu. Y
como dicen nuestros "arandu" (sabios): "Mientras los vientos
sagrados soplen por aquí, siempre viviremos en forma apacible". Como hace
más de cinco mil años, queremos seguir en armonía con la naturaleza. Ahora es
muy difícil y por eso nos entusiasma que consideres caminar con nosotros, para
que nos reconozcan y lleven nuestro mensaje al mundo que nos rodea.
Mensaje de la Nación Jeguakáva tenonde porãngue’i
(Mbya)
Somos parte de la selva,
no sus dueños, como el Kochi, Pekari, Venado,
Coatí, Paca, sin el monte no sólo se acaba nuestra vida, sino
también la
de todos ellos.
Tercer Manifiesto
"Nos sentimos mal.
No queremos dejar nuestro lugar.
Allí vivieron nuestros
abuelos y allí está nuestro cementerio".
Artemio Benítez, Cacique de Tekoa Yma
"Donde hoy vivimos
se criaron nuestros mayores,
nos criamos nosotros
y se criarán nuestros hijos”.
Martín Fernández, Cacique de Kapi'i Yvate
I
A Luis Alberto y María Carmela
“…que
consideres caminar con nosotros…”
E inicié el camino sin
saber
si iba hacia el
corazón de la selva
o hacia el corazón de
los Mbyá.
Descalzo,
desnudo de occidente,
lo inicié.
Y la selva
estuvo enredándome
entre sus lianas.
Perfumándome.
Cántaro se hizo la
cesta
y amatista,
piedra, luminosa piedra,
el agua de tanto
llanto.
Cuando lo decidí
sabía que debía
sentirme habitado por ellos.
El ñangapirí, la
guayaba y el sauco
blanqueaban la permanente
noche de la selva.
Y anduve
en ardor cataratas,
esteros y saltos,
hundí las
manos en el agua
y se me escamaron los dedos,
escuché el canto de la cigarra colorada,
trepé
árboles
y algo de lo mío fue tronco,
altísimo follaje,
imité a las
aves
y estuve suspendido,
entre gorjeos
y un deseo extraño,
dialogué con
las bocas y los ojos de las sombras
intentando aprender del miedo,
enhebré un
collar de semillas
que terminó haciéndose nudo,
ahogándome,
seguí sin éxito las dulces huellas del oso
hormiguero,
caí en la cárcel de una de sus disimuladas trampas,
vi de cerca
la muerte,
el veneno y
la mordedura
y supe que no existe otra sabiduría
tan redonda como la sabiduría de la vida.
La selva fue esta ramazón
de enmarañada exuberancia.
Este dolor a aguijón certero.
Este tatuaje que no se oculta
y sin embargo no puede verse,
entenderse,
ni sentirse
del todo.
Ahora amasamos juntos un mismo barro.
(culposa tierra, inocente agua)
¿Qué formas adquirirá lo que amasamos?
II
Plumas de cigüeñas, palomas, loros,
zorzales, tucanes, faisanes, perdices,
halcones, papagayos, guacamayas
y aves negras
lucen los estandartes,
los intactos tocados y los instrumentos.
¿Qué voz o vocabulario esconden?
Cueros de zorros, ciervos, tapires,
pumas, capibaras y monos
abrigan profundas desolaciones,
fríos bajo cero
e intemperies consumidas por el fuego.
¿Qué alada ensoñación les revelan los cantos
sagrados?
La luz ¿qué auspicios o augurios
celestiales les aproxima?
¿Qué encierran las guardas, ipará o mitogramas de sus cestas?
¿Hacia qué misterios los acercan las lianas y qué distancias les acortan?
¿Qué sangre o dolido desmenuzado fuego hace más roja la tierra?
niños Mbyá
III
La niña acaricia un colibrí,
no quiere enfermarse.
Un aletear de colores son sus manos.
La niña junta
como si fueran pétalos
el canto de los pájaros.
¿Qué perlado tiento de caracol lo sostiene?
¿Qué jaula de libertad lo encierra entre tantos tacuarales?
El final de la inocencia
comienza siempre con otra dulzura,
una dulzura similar a la miel.
La niña ha despertado, ha comenzado a ser mujer.
Sin poder probar carnes rojas y azúcar,
prueba un yuyo amargo, se humedece, envuelve y baña en él.
Y entre la niña y la mujer
se suspende como aquel colibrí que acariciara,
otro sueño.
¿Quién, qué delgadísimos dedos sostienen los claveles del aire?
Las orquídeas imitan a la selva
desde sus retorcidas extrañas formas
y su intacta belleza.
La
niña también la imita.
Un bathus azul las cubre de cielo,
compite con ellas.
madre Mbyá
-
Tiene el alma de un jaguar,
lo dice su carácter violento e irascible.
La chicha lo adormece,
lo prepara para soportar el dolor,
un punzón de cuerno de venado
su labio inferior le perfora.
Es extraño
algo de la cruz
hay en la forma del tambeta.
¿Qué celestísima luz
fertiliza las corolas del aire?
El joven abandona al niño
por las palabras de los adultos.
El rezo que es canto, danza, música,
lo libera de sus imperfecciones.
-
Las mujeres hacen sonar el mimby eta,
sus sonidos también imitan a la
selva.
Y hay aullidos, ululares, zumbidos, gemidos, tauteos, graznidos,
rugidos, susurros, estridencias…
Amanece y frente a la casa de oración o templo,
comienzan a moverse, a danzar, a ordenarse
a entremezclarse bastones de ritmo,
sonajeros y tambores.
Buscan fuerza,
alivianarse,
limpiarse,
alegrarse…
y entre lamento,
llanto y canto
inauguran pasos y cruces
de ataque y defensa,
van hacia el camino
de los dioses,
en una mano llevan arcos
y flechas,
en la otra maracas y
plumas,
como aquellos que
esgrimían en una la cruz
y en la otra la
espada.
Se dan coraje: he! he!
he!...
se agachan, una, dos,
tres veces…
imitan a los pájaros
porque sus hombros se
han transformado en alas
y algo de colibríes,
gavilanes y golondrinas los eleva.
cestera Mbyá
Se celebra la sazón de los frutos.
El humo del tabaco es niebla que bendice y purifica.
El olor de las flores, de los mamíferos en celo,
de los machos, de las hembras, se entremezcla.
Se le impone el nombres a los niños: Karaí, Verá, Araí…
Hay mazorcas de maíz,
manojos de yerba mate,
frutos de guembe
y miel.
No falta la tibieza de una esperanza.
Más allá, se desforman las hileras de hormigas
que van y vienen con su transporte y suben, suben, suben…
porque se avecinan vastísimas inundadoras precipitaciones.
Como ellas los Mbyá leen los ojos y las catástrofes.
niños Mbyá
IV
Ojo por ojo, diente por diente.
Si quemas la propiedad ajena te quemarán la
propia.
Si hieres serás herido.
Si robas serás azotado y devolverás lo que robaste.
Si matas purgarás con tu vida.
Y se huyes la saldará tu hermano.
Si violas a una niña y muere, tú también
morirás.
Tu alma será devorada por las felinas bocas
del aire
mientras ellos festejan ruidosamente.
Ahuyentándola.
La escasa luz que hay se desparrama en cataratas.
V
preparando tallas mbyá
Dio a luz
y no puede comer carnes, ni sal, ni miel
y él tiene prohibido esforzarse.
Con polvo de hongo arúa poá
sanan de lo dañino y perjudicial el ombligo del niño.
Ella confecciona una cesta con tiras de tacuarembó.
Circular como si se tratara de un vientre la
confecciona.
Él la
embellece o besa con guardas, trenzas o ipará de guembepi.
Plumas guardarán allí.
Plumas soltarán y al niño harán volar.
Con la floración del tajy,
con la maduración de los frutos del
filodendro
y bajo
luna menguante sembrarán:
maíz, mandioca, frijoles, batata dulce y maní.
Jakairá recibirá las plegarias
VI
Cañas
(tacuara, takuarusú, tacuapi y tacuarembó)
y raíces de guembe
dan formas a los cestos.
El isipó pitá, chabotí y el catigué, color.
¿Qué sueños le dan vida a ese niño?
VII
Un arco de colores
como un hierático collar cuelga del cielo.
(Les iban a devolver
las tierras pero nada de eso hicieron).
Sobrevuela un tangasu
anunciando una visita lejana.
Llora el urataú.
También llora el
recién nacido, quizás quiera volver.
Quizás quiera regresar
a la tierra de más arriba.
¿A quién culpar?
El alma del niño tal
vez siga a su padre
y se extravie en la selva.
Pero no ha visto
flores, ni aves, ni mariposas,
ni cosas bellas que
le recuerden el lugar que se extraña
y sin embargo sigue
llorando.
Es necesario
mirarlos, mirarlos de
frente, despertar y reconocernos.
También con el
corazón.
La muerte trabaja
como la larva en la oscuridad de todos,
inexplicablemente.
VIII
El verano se
aproxima.
Lo anuncian bravíos
los temporales,
una cesta con flores
de caraguatá, yerba del bugre,
malva de monte e
isipó cruz
y una atmósfera de
fuego.
La cosecha comienza a
desparramarse en sazonados frutos,
la pindó es dulcísimo
racimo de oro,
el niño es nombrado
dos veces,
la tekoa redonda como
una ocarina
o la Jerojy oká reguá
comienza a sonar, se
cubre de alas.
Cuando llegan a lo
más alto
llegan despojados de
todo
como llega el poeta a
la poesía,
sin palabras. En
carne viva. Sangrando.
IX
¿Qué anuncia esta
procesión de máscaras?
¿Qué dice el crujir
de tanta hoja seca?
Frisionan a un niño
con cenizas calientes.
Encienden hogueras.
Entierran un amuleto
de mangaysy.
Beben sangre de jaguar sin coagular.
Leen el cielo y los
silencios.
Al anochecer sólo se
escuchó el silbido agudo del Pombero.
Saben que la muerte
quita los excesos de la tierra.
Que la magia moviliza
y andan como venados en la selva:
alertas,
silenciosamente.
Los demonios se
agazapan como pumas.
Creen que los han
exterminado
pero merodean, están al
acecho, siempre.
El payé cura,
mezcla calaguala, uña
de gato, ñandypa y songuy.
Atrae la lluvia.
Propicia buena
cacería y cosecha.
Bebe y convida kaguí.
Un
rugido de jaguar
inquieta
a todos como abejas.
X
Mandioca, batata,
maní,
camote, frijol, calabaza,
sandía, algodón,
papaya,
tabaco, plátano y melón
se desparraman como si la tierra fuera una
cornucopia.
Dueños de la selva, de
sus claroscuros,
del lugar donde se lucha
por la luz,
deambulan
empujados por lo que de negro tiene el hambre y la pobreza
y lo que del blanco tiene la explotación.
¿Hasta cuándo deambularán?
¿El hartazgo de ayer será el hambre de mañana?
XI
La luz de la tarde se posa sobre tres mujeres
como las mariposas sobre las flores:
una tiñe con raíces un txiripá,
la segunda borda un txumbé
y la otra adorna un tupai.
Las tres
brillan.
¿Son un anticipo de estrellas
o de luciérnagas?
La luna platea como una baya o un pez
a la tierra de arriba.
XII
Conviven con la
tierra sin poseerla,
sólo vaciándose en
ella.
Son propietarios de
los vientos,
las raíces,
los enjambres,
el polen,
la savia,
los gorjeos…
Es tan sangre tierra
el rojo de su sangre.
Tan adherencia,
bulbo,
corteza
o piel.
Por eso levanto mi
mano derecha
y como otro zarpazo,
puñal, flechazo,
con mi letra que se
inclina hacia la izquierda,
escribo la rabia.
Más allá del jurua,
de los “boca con
cabello”,
de los muchos en el
mundo.
Más allá de nosotros
o la indiferencia.
¿Quién enciende
tantos ramajes,
tantas antorchas,
para que el grito también se ilumine?
Salven a la selva y
salvarán a los Mbyá.
Luis
Alberto Salvarezza
Eldorado, Misiones, Julio de 2011.
http://www.escritorentrerriano.com/2012/04/salven-la-selva-ysalvaran-los-mbya.html
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